domingo, 11 de marzo de 2012

Pronombres




Cada vez que pienso en porque la vida es tan bizarra y peculiar, también pienso en que hay un misterio oculto que hace que esas cosas pasen y nos sigan sorprendiendo, para bien, y para mal. Aun así, seguimos atrapados en un  juego donde hay buenos y malos, ricos y pobres, nacos y fresas, y todas las demás etiquetas que puedan existir. Siempre hay un punto que evidencia nuestra estupidez: cuando juzgamos, cuando señalamos, pero también cuando no lo hacemos y esta en nuestro deber hacerlo. ¿Qué debemos?¿A quién debemos?, nada y solo a nosotros mismos, pero en ese mismo orden, todo y todo el tiempo a los demás.

Vivir en sociedad y aceptar reglas, suena a bajar las manos, a aceptar al “sistema”;  por encima de eso entiendo que aceptar la convivencia con más personas implica un contrato de otro tipo, que si no esta siendo respetado, entonces no hay respeto por nadie, ni por ti, ni por mi, ni por él de al lado. No se trata de una cuestión de clases ni nada, solamente es ser realistas y ver cuan lejos estamos de poder lograr algo tan (supuestamente) simple  como convivir con alguien más. Ahora hay muchas formas de convivir, desde las más convencionales hasta las más extremas, pero todas guardan una raíz, un sentido interno que es respetado, por más anárquico que uno se pueda sentir, el mismo Bakunin dijo que la libertad no se mendiga, se conquista; hecho que con tristeza, tengo que admitir que estamos lejos de conquistar. Decir estamos, en plural, con sus siete letras, es porque se que cualquiera puede ser un idiota con su prójimo, a la menor provocación. Aquí no hay palomas blancas, solo hay gente con más iniciativa de cambio y ya. Esto tampoco se trata de señalar a nadie, pero con sucesos como los de la noche de ayer en un concierto gratuito organizado por una empresa cervecera, solo me queda seguir pensando en el absurdo y trágico panorama que nos aguarda, como país, como jóvenes, como sociedad, y como todo lo demás que seamos. Es triste que las personas se traten como cosas, que alguien quiera dominar a alguien más, que nos cueste tanto trabajo entender que a veces (casi siempre la mayoría de las veces) el bienestar común es mucho más esencial que cinco minutos de euforia y protagonismo. Estamos sumidos en este pantano ético-cultural, porque así lo elegimos. Nadie nos obliga a prender la tele, nadie nos obliga a comprar, y a la vez estamos comprometidos al consumo de un sin fin de cosas que se vuelven más importantes que las personas, consumiendo personas para disfrutar de las cosas, somos la serpiente que se muerde la cola.

Las divisiones, los abismos que hay entre la gente, son huecos que están carcomiendo a un México tutti-fruti, a un México de mil caras, que quiere caminar, pero que da un paso y se desborona: si eres güero estas mal, si eres moreno estas mal, si eres mujer estas mal, si no tienes un apellido estas mal, si haces las cosas de otra forma, también estas mal. Evidentemente estar bien o estar mal, no tiene ninguna importancia, mientras nosotros lo sepamos. Lo otro es entrar en la matrix, entrar en ese juego donde la vida y los sueños se drenan en una alcantarilla patrocinada por una empresa de refrescos que quiere que seas un superhéroe, así de loco esta el asunto.

Cada vida es una historia, y somos tantas vidas haciendo historia… ¿Queremos hacer historia o pasar a la historia? En nuestro sinsentido cotidiano hay un jugo vital, hay una poquita de gracia que hace que todo cambie, inclusive nosotros mismos. Hacer algo, es pensar en estar vivos, en que nuestra deuda con la vida esta más allá de las reglas, de las confesiones, de los padres nuestros y los padres de cualquier tipo, los límites los ponemos nosotros, porque al final estamos solos, solo renunciando a ese “yo” existen los demás pronombres.
El cambio, es un arte marcial mental, nos entrena para construir e incluir, para reconsiderar y conservar, para entender que en la imposibilidad siempre hay alguien más que puede hallar, al menos, una posibilidad.

En México hay una guerra, y no es esa famosa guerra que anuncian todos los días en todos lados, estamos en guerra con nosotros mismos.

domingo, 4 de marzo de 2012

Santa Dymphna

Cuándo la gente me pregunta qué estudié, y les digo “Filosofía”, existe un estereotipo duro, a veces secante, que me hace tratar de explicar que soy una persona normal, que toma cerveza y se enajena con cosas, así nada más. Eso es importante cuando sabes que la mayoría de las personas que creen que para estudiar Filosofía hay que ser ateo y drogadicto o ambas, cosa que no es del todo falsa, pero que creo que se equivoca en el primero de los juicios. Cuando estas en un lugar donde las palabras ser, espíritu, metafísica, se vuelven parte de chistes y una extraña cotidianeidad, es imposible aislarse de procesos que para mí llegan a ser inexplicables. Uno de ellos es creer. Cinco letras que, tal vez son más díficiles de pensar que todo el alfabeto al revés, pero que independientemente de todo, parten al mundo en dos: escépticos y creyentes. Puedes creer que el hombre llego a la luna, creer en ovnis, en que México jugará un partido de cuartos de final en un mundial, pero sí crees en algo a lo que puedes llamar Dios, todo cambia. La delgada línea que separa al ateo del feligrés es delgada, pero firme. No todo el mundo puede pararse un minuto para santiguarse ante una capilla, no todo el mundo esta dispuesto a leer a Marx ó a Lenin, el problema es como todo esto se polariza.

Creer parece que en muchos de los casos, significa un atentado contra la razón, porque gracias a la fe, se han encubierto muchos de los grandes crímenes en la historia humana, solo para que ahora veamos como la ciencia y la tecnología reciben el turno para mostrarle a los teístas como exterminar vidas. La realidad es una, la verdad y la fe son reales cuando existen por que guían el sentido de una vida, sin importar si es famoso, o no, esta guía es subjetiva y no es un fundamento ni un universal. Entender como es que los extremos se tocan, es un proceso espinoso, y tal vez imposible de explicar. Ahora solo queda preguntarnos, ¿Porqué hay conversiones, porqué hay un largo historial de creyentes y agnósticos que han tenido lo suficiente para transformar su realidad? Al final todo es una creencia, una aproximación. Siempre me quise acercar a un paquidermo, la primera vez que lo hice fue en un circo, era un hipopótamo pequeño, ahora se que los circos con animales están mal, porque los tratan como basura; en ese momento yo necesitaba saber como era algo que solo podía imaginar. Lo opuesto es encontrar pequeñas migajas de una realidad inmaterial, para aproximarnos a algo que es más grande. Tener una evidencia de esto cambia todo, porque si realmente hay una conexión entre cosas que puedan ser señales, o el pasado, el presente y el futuro… miles de conexiones zumban en mi cabeza, pero para alguien en este instante, esos zumbidos son realidades.

Los adictos, los leprosos, los marginados, los locos.

¿Porqué es necesario mostrar que en aquellos que están en la mierda de la mierda social, esta la clave para el cambio? No es la pintura, solo la luz reflejada en ella. El crisol de experiencias sórdidas y hostiles que solamente escuchamos en aquellos medios destinados a “ablandar” nuestra indolente conciencia, es solo parte del plan para poder seguir señalando personas y hacer el blanco más blanco y el negro más negro. El proceso de atravesar esos lugares oscuros en la vida es otro. Las personas son distintas, los errores pueden ser los mismos, pero la gente es distinta. Ahora sabemos que una desviación ligera de un camión de papas rumbo a Guatemala puede hacer que los osos polares enloquezcan y se ahoguen en el ártico, todo eso puede ser real, pero si nadie lo siente, entonces no ha pasado. Las personas sí sienten, todo el tiempo sentimos, hay un punto de separación donde las acciones pierden su curso, su sentido, como el plástico derretido, no sabemos por donde empezar a contar una historia con un desenlace poco feliz. Pero las cosas que traen cambios en las vidas de aquellos con genuinos sufrimientos debe ser algo fuera de este mundo. Una droga por otra droga, algunos dirán, yo solo digo que ambas cosas te pueden hacer sentir amado y querido, y ambas cosas te dan respuestas, todo depende que es lo que nosotros hacemos con eso. Sí hay adictos a la piedra colgando los hábitos por que un señor con barba los iluminó, esta bien, sí hay personas en la sierra que toman hongos o simplemente meditan y sienten que están en conexión con una fuerza cósmica que unifica y da sentido a todo, tampoco creo que este mal, malo sería creer que todo mundo debe hacer lo mismo, a la misma hora y al mismo tiempo, eso para mí es el mal en el mundo.